viernes, 10 de julio de 2020

ANÁLISIS ACUERDOS DE PAZ, ZONA ESMERALDÍFERA, DEL OCCIDENTE DE BOYACÁ

DE GUERRAS Y PACTOS: UNA MIRADA DESDE EL CONFLICTO ESMERALDÍFERO DEL OCCIDENTE DE BOYACÁ
POR: JACINTO PINEDA JIMÉNEZ  
Si algo es determinante en el carácter circular de nuestra violencia es la presencia recurrente del periplo: guerra – pacto- guerra. Circulo donde lo mejor es perdonar, a cualquier precio, antes que enfrentar las circunstancias sociales que rodean el conflicto, donde los vivos entierran sus muertos sin conocer la justicia o reparación a su dolor o daños mientras los victimarios, públicamente, se pasean en la impunidad.  En este escenario la historia es un riesgo, porque es mejor el olvido; “Cuanta memoria y cuanto olvido requiere una sociedad para superar la guerra” se pregunta Gonzalo Sánchez y esta (pregunta) nos remite al debate sobre el papel de la Historia en el conflicto; será el de justificar a víctimas y victimarios, ante las circunstancias reinantes o el de imputar a los actores responsabilidades.
 Habermas abre el interrogante “¿Que significa, en general, una imputación retrospectiva de aquellos crímenes, emprendida hoy con el fin de avanzar en la autocomprensión ético – política entre ciudadanos?” [1] Esta, además, circularidad desgasta la salida negociada, pero también le resta sentido colectivo y motivación a la guerra; da razones a quienes proponen guerra a la guerra, “porque es mejor un fin espantoso que un espanto sin fin”, acudiendo a la famosa frase de los anarquistas, pero a la vez es la explicación más acertada a los pacifistas.  Esta ponencia hace referencia al binomio guerra – pacto, con un referente: la zona esmeraldífera del Occidente de Boyacá; región caracterizada por la persistente violencia y por una rica tradición pactista.                       
1. COLOMBIA: LAS GUERRAS INCONCLUSAS  
 En Colombia las  guerras se terminan pero no se resuelven; en ellas ha coexistido  la complementariedad entre orden y violencia, como lo propone Daniel Pécaut, o como lo afirma  Gonzalo Sánchez   “la cronicidad de nuestra violencia remite también, paradójicamente, a una cultura del consenso, que a la larga ha llevado la idea de que todo es negociable, todo el tiempo.”[2] Coloquialmente diríamos que enterrar el muerto cuando está vivo ha conducido a terminar nuestras tantas guerras y guerritas con un manto de perdón y olvido que deja  unas élites remozadas y triunfantes (frente nacional, por ejemplo), unas víctimas sin  justicia  y unas causas vivas y latentes para iniciar la otra guerra.

Se ha recurrido, históricamente, al binomio pacto - olvido, antes que enfrentar las causas que dan origen al conflicto o a las que surgen en su dinámica. La confrontación es tan intensa en la guerra como en el proceso seguido hacia el pacto; lo que conduce a concluir, hipotéticamente, que no ha habido tregua en nuestro conflicto.

En algunas ocasiones, las negociaciones son violentas, recrudecen los operativos militares, como estrategia de demostración de poder y soberbia frente a sus interlocutores (Caso la guerrilla) y por otra parte la fragmentación y variedad de intereses dentro de los grupos involucrados en los pactos genera una lucha interna que desemboca en la eliminación de quienes no están de acuerdo con la negociación, es decir los disidentes. 
El desenlace de los pactos de paz genera escenarios que eternizan el conflicto y la desconfianza en el mecanismo, por ejemplo: la destrucción física de los comprometidos en el pacto (Unión Patriótica o Esperanza Paz y Libertad) o la concentración — antidemocrática— del poder en manos de uno o varios de los protagonistas del pacto y por supuesto la ruptura. En los procesos de pacificación coexisten los reinsertados, rearmados y emergentes generando dudas sobre un camino a la desmovilización e incorporación a la vida civil de estos grupos.  

Frente a esta problemática puede verse la debilidad de una política seria ante los reinsertados que les genere oportunidades y espacios dentro de la sociedad. Por lo tanto, la ausencia de estos espacios conduce a que continúen en el camino de la guerra, ya como delincuentes comunes o enemigos de sus propios aliados en otrora (Enfrentamiento EPL y FARC, en el Urabá Antioqueño; asesinatos de paramilitares desmovilizados).  Ejemplarizante, como reflejo de esta situación, resulta el desenlace de los procesos con las milicias en el Nororiente de Medellín donde el Estado directamente y a través de mecanismos legales delega a los antiguos milicianos, a través de la conformación de cooperativas, la vigilancia y control en  las comunas, en colaboración con los servicios de seguridad del Estado; convirtiéndolos automáticamente en "traidores ante sus excompañeros y favoreciendo la degradación de un ambiente ya envenenado por las suspicacias y las acusaciones mutuas”[3].

En el escenario regional aún existe una deuda por parte de la academia en el estudio y la reflexión en torno a los pactos privados y públicos, donde el Estado tiene una presencia activa, cómplice o ausente,  mediante los cuales culminan los más disímiles conflictos, de barrio, vereda o región; con actores tales como: familias, pandillas, combos, milicias, bandas de  delincuencia organizada,  narcotraficantes y otros enfrentados por una variada gama de motivaciones: control territorial, delación, trasgresión a los códigos de la ilegalidad, engaño, rivalidades que surgen en los mercados ilegales, etc. factores estos que se entrecruzan generando dos opciones para los implicados: paz o guerra. A continuación, me centraré en la región esmeraldífera del Occidente de Boyacá a partir del estudio del conflicto y los pactos de Paz, especialmente el último, que inicia con los acuerdos firmados en 1990. 

2.  GUERRA VERDE: PERDON Y OLVIDO
 Dentro de este contexto se analizará el concepto de guerra verde, su historia y los actores que la han generado a partir de estrategias y motivaciones; para culminar con el proceso de paz en los años noventa, del siglo pasado y algunas reflexiones sobre escenario actual.
 2.1 DE LA GUERRA 
“No hay una guerra, sino que en toda guerra hay múltiples dinámicas de guerra o diversas guerras entrelazadas”[4] La denominación de “guerra verde”, hace referencia al conflicto global  de la zona esmeraldífera del Occidente de Boyacá. Bajo esta definición se incluye no solo las dos guerras, claramente identificables, sino también los múltiples conflictos que se desprenden de la dinámica del conflicto universal.  Guerra verde representa un sistema complejo de interacción entre múltiples fuerzas en un contexto histórico cambiante. Donde a través de un conjunto de actividades violentas y estratégicas se configura una situación de conflicto generalizado, que arrastra no solo a los actores ligados a la actividad esmeraldífera sino a la población campesina, buscadores de fortuna, población flotante, comerciantes, políticos y demás con intereses en la región. 

La denominación de “guerra verde”, hace relación a los conflictos que surgen de la actividad esmeraldífera; entendida como el proceso de exploración, explotación, talla y comercialización de la esmeralda, sin embargo, esta definición no incluye la larga historia de conflictos que ha caracterizado la región. Una lectura de las viejas guerras nos explica la presente a pesar de los nuevos actores, aunque no existe una continuidad de estas. 

La conquista fue “violenta, precaria y estuvo acompañada por grandes dificultades”[5]. Se caracterizó por la feroz resistencia de los Indios Muzos a la presencia de los invasores; luego los constantes asaltos a las poblaciones fundadas por los españoles por parte de los indígenas.  (Los indios salteadores fueron los precursores de los bandidos[6].). El abandono por parte del Estado y la lucha de indígenas, invasores, colonos degeneró en el despoblamiento y olvido de la región en el XIX; en 1850 Manuel Ancizar, en su recorrido por la región, así se refería a Muzo, que había sido una de las ciudades más importantes del nuevo Reino de Granada: “cuenta Muzo doscientos vecinos, y el distrito parroquial novecientos, todos de aspecto pobre y enfermizo, … No hay que admirarse, pues, de la decadencia de Muzo, si no de que aún subsista la apariencia de pueblo. El egoísmo y la codicia y la ignorancia y los vicios de los demás, concurren a porfía a la destrucción de un distrito que podría ser rico por el cultivo e importante por sus abundantes minas de preciosas esmeraldas. ¡Miserables hombre a quienes ciega el apetito de un lucro mezquino hasta el punto de no ver que se están suicidando! [7]

Por otra parte las guerras civiles, de finales del siglo XIX y comienzos del XX, no son ajenas en la región y su dinámica genera lealtades partidistas y formas organizativas para repeler la invasión territorial de sus vecinos. La guerra de los Mil días convirtió las minas de esmeraldas en un objetivo económico para los rebeldes liberales provenientes de la región de Paime y Yacopí en Cundinamarca.  Los asaltos a ellas y a la población de Muzo se repitieron, lo que conllevó al cierre de las minas.

El proceso de liberalización de la década de los años 30, consecuencia del ascenso al poder de Enrique Olaya Herrera, fue violento en la región; generando una dinámica de desterritorilización que desplazó a los conservadores.  La región, en un proceso de pocos años se convirtió en liberal. (Para las elecciones de diputados en febrero de 1931, hubo por partido conservador 4.052, en la provincia del occidente de Boyacá; dos años después en las elecciones de 1933 solo se registraron 20 votos por este partido[8].  La denominada época de la violencia del siglo XX que “comienza con el cambio de gobierno” es decir “en el intento del Partido Conservador por disminuir la influencia del Partido Liberal”9, encontraba las condiciones propicias en la región para no ser menos violenta. El conflicto bipartidista aumenta los grados de cohesión intraterritorial y la lucha por el control político y territorial es abierta. Los liberales fueron expulsados de Muzo y la mayoría de los pueblos, exceptuando los municipios de Maripí y Tununguá,  que se han convertido en los fortines liberales en la región.   

En el año de 1947 el Banco de la República inició la explotación de las minas de Muzo y Coscuez, mantuvo un relativo control de la actividad hasta 1959, cuando la dinámica de la actividad clandestina desmorona su monopolio.  Las minas de Peñas Blancas, que por un error craso no fueron incluidas en el contrato con el Banco, será el lugar desde donde se expandirán los conflictos sociales y las guerras. Estas en los años 60, del siglo veinte, se convertirán en polo de atracción   para buscadores de fortuna, dando inicio en la región a esas oleadas de riqueza pasajera, del “boom” esmeraldero que han pasado dejando violencia y pobreza.  El control de los yacimientos enfrenta a quienes ejercitan la violencia como medio para delimitar sus territorios, en una lucha de todos contra todos que amenazaba con el desalojo violento por parte del ejército. En tal confusión aparece Efraín González en Peñas Blancas, quien entra a apaciguar los conflictos y como “pacificador” a generar nuevas relaciones de dominio sobre este espacio. [9]  

La muerte de Efraín González implicó el rompimiento del relativo orden y el comienzo de la lucha generalizada por los yacimientos. Los esfuerzos por el control de los lugartenientes del bandolero, como Humberto Ariza, alias “El Ganso” son vanos y las circunstancias nos ofrecerían un nuevo escenario. La división y conformación de dos grupos daba paso a la denominada primera guerra verde; que se caracterizó por los asaltos, asesinatos y una situación de conflicto generalizado que obligo a la militarización y cierre de las minas en el año de 1973. El ejército desalojó a diecisiete mil personas, el entonces  Ministro de Defensa, Varón Valencia    “defendió la medida ante la comisión octava de la Cámara de Representantes  aduciendo que entre 1963 y 1973 se habían producido setecientos tres asesinatos, cuantiosos robos y asaltos a  entidades oficiales como la Caja Agraria[10]  Con un pacto de paz firmado en Tunja, por los protagonistas y  con testigos como  el comandante de la primera brigada del Ejercito y el obispo de esta ciudad culmina, pero no termina esta guerra. 

En el periodo comprendido entre la culminación de la primera guerra, 1976  y la segunda, 1984 tienen cabida una serie de enfrentamientos y conflictos, especialmente en Coscuez y Muzo, los cuales han sido olvidados por los análisis sobre la región; debido a que se han definido dos guerras excluyendo las microterritorializadas  en medio de la guerra global. La segunda guerra se va gestando en las minas de Coscuez en el año de 1984, a raíz de los asesinatos de varios líderes locales de Borbur y Coscuez, la que se generalizó rápidamente hasta comprometer la región.
Más allá de los acontecimientos de las guerras abordaré a continuación las mediaciones que hacen posible que se desencadene la violencia. La primera el Estado: Históricamente la explotación de los yacimientos esmeraldíferos ha oscilado entre la administración directa o en concesión con los particulares; lo cierto es que en ambos caminos los resultados no han sido positivos. Las últimas administraciones directas, Banco de la República y ECOMINAS se convirtieron en un fracaso ante la venalidad, corrupción y la presión de los particulares. Bajo estas Administraciones y a través de complejas redes que involucraron, políticos, funcionarios, fuerzas militares, el Banco aceleró y disparó la ilegalidad.  Ante la imposibilidad de su manejo directo en 1976 son entregadas a los particulares; los concesionarios los protagonistas de la primera guerra, lógico los vencedores. Nos encontramos, entonces, con un Estado más que débil, excluyente y garante de formas extremas de inequidad. El informe nacional de desarrollo humano 2003, el conflicto callejón con salida, recomienda recuperar para el Estado el control de las minas de Esmeraldas,  “para revertir lo privado local que alimenta a los señores de la guerra, hacia lo público Nacional”,  habida cuenta que “unos pocos empresarios privados, se han apropiado del negocio, apoyados en ejércitos propios que subordinan  a la población y sustituyen la Ley”[11]. 
Un segundo aspecto mediador hacia la violencia es el ascenso de una clase emergente, que gracias a la situación económica y política, se convierten en un poder privado sustituyendo el público, garantizado  mediante una estructura militar coercitiva. Claro que dicho poder encuentra legitimidad y validez en amplios sectores; gracias a la generación de empleo en las minas, a las obras públicas (Gilberto Molina construyó en Quípama el edificio donde funciona la administración local, el aeropuerto, canceló los docentes de un Colegio de Monjas).  En tercer lugar, la lucha por el control y permanencia dentro del territorio por parte de los grupos en conflicto; en un proceso dinámico gracias a las relaciones de dominio y lealtad. 
En la globalidad del conflicto, guerra verde, hay particularidades interesantes que merecen anotar: 1. La dinámica del conflicto desborda o desconfigura las causas ligadas a la actividad esmeraldífera; al respecto la segunda guerra, no es tan verde a la luz de las alianzas con narcotraficantes reconocidos como Gonzalo Rodríguez “gacha”, paramilitares o guerrilleros; hoy ante la proliferación de los cultivos de coca en la región, el escenario puede cambiar conviviéndose esta actividad en la fuente principal de la guerra. 2. El espacio de confrontación es dinámico y cambiante; la primera guerra tuvo como escenarios las minas de peñas blancas y Muzo e involucra las poblaciones cercanas, especialmente Otanche, San Pablo de Borbur y Pauna. La segunda es más generalizada, las minas de Coscuez y Muzo fueron el eje e incluyó los once municipios de la Provincia del Occidente. Sin embargo, se extiende a ciudades como Chiquinquirá y Bogotá, en zonas definidas, barrios de Santa Cecilia y Boyacá, en la primera y el barrio Santa Isabel y la zona Centro, carrera séptima, con avenida Jiménez, en la segunda. (Los protagonistas de primer orden mueren fuera de la zona esmeraldífera: José Ruperto Córdoba “alias Colmillo”, Carlos Murcia “alias Garbazo”, Humberto Ariza “el ganso” mueren en Bogotá; Gilberto Molina en Sasaima y así otros corrieron igual suerte) 3.) El conflicto también se refleja en la división dentro del partido conservador; dos grupos a partir de la guerra verde se disputan el electorado en la región. (División que continuará hasta las elecciones para el congreso de 1998). Cada bando se representa en uno de ellos; contienda que sobrepasa las urnas y entra al terreno de la violencia: la muerte de un Congresista y un Diputado son su manifestación.  4.) Existen sectores en la provincia: campesinos, comerciantes, servidores públicos que pasivamente se resisten a involucrarse en la confrontación. Un reconocido jefe conservador, testigo de excepción de las luchas bipartidistas en la región, recoge en su biografía, escrita en 1975, el sentimiento colectivo de muchos que vieron rotas sus costumbres y tradiciones ante la dinámica del boon esmeraldero de los años 60: “la desmoralización de la región, inicia con el ingreso de gente de diversas procedencias que armados hasta los dientes establecieron el terror e inclusive la Ley del silencio o pena de muerte. Lo que obligó a muchas familias a abandonar sus fincas  y bienes para desplazarse a otros lugares para salvar sus vidas”[12].  

En la Tabla 1 y gráfico 1, se muestran los homicidios presentados entre los años 1.984 y 1997, en los municipios del occidente de Boyacá (Chiquinquirá, Muzo, San Pablo de Borbur, Tununguá, Pauna, Maripí, Caldas, Quípama, Otanche, La victoria, Coper, Buenavista y Briceño). El periodo refleja la última guerra, 1984- 1990 y un lapso de tiempo similar después de la firma del pacto de paz en junio de 1990, es decir 1991-1997.
Tabla 1. Homicidios municipios Occidente de Boyacá 1984-1998
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
TOTAL 
TOTAL
PERIODO
3.205

206
188
271
313
321
439
284
2022
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
TOTAL 
194
281
253
98
136
130
91
1183
 Fuente: Policía Nacional
Gráfico 1. Homicidios municipios Occidente de Boyacá 19984-1997

Fuente: Policía Nacional
De acuerdo a las cifras oficiales en la segunda guerra los homicidios alcanzaron la cifra de 2.022; sin embargo, los propios protagonistas estimaban en cinco mil los muertos, en una población que según el censo del DANE de 1993 ascendía a 142.327; es decir que en esta guerra se alcanzó a una tasa de 204 homicidios por cada cien mil habitantes/año. La tendencia de todas maneras después del proceso de paz en 1.990 fue al descenso.

2.2   DE LOS PACTOS   
La primera guerra concluye con un pacto de no agresión en el año de 1.974 firmado en la ciudad de Tunja, dejando intactas las condiciones para la segunda. Las minas de esmeraldas son entregadas bajo concesión en 1.976 por parte del Estado a los vencedores; tras una larga campaña que involucró todos los medios, siendo el más eficaz el escenario del Congreso de la República. Se conformaron como la Asociación Minera Colombiana “ASOMICOL” y desde esta concentraron las fuerzas contra el manejo de las minas por parte del Estado y luego en pro de la adjudicación de las mismas en manos de los particulares. Como premonición de lo que ocurriría el periódico “El Tiempo” denuncia en su primera página, de julio 19 de 1973, que la “Mafia licitará minas”; 3 días después de haber sido cerradas.   
Me detendré a analizar el último pacto de paz, firmado en 1990; comienzo con precisar el proceso. 1.) se caracteriza por su esencia semipública, pues lo pactan los líderes de la guerra, asegurando con ello una cierta legitimidad ante la nación, ante  testigos y garantes del proceso que pertenecen a la esfera pública  como son los representantes de la iglesia, el Ejercito y el gobierno, “pero su efectividad depende de los poderes privados”[13] 2.) El proceso de negociación tiene como eje central de discusión, la participación accionaria de ESMERACOL, empresa que explota las minas de Coscuez, como resultado se recompone la participación accionaria, 20 líderes del bando de Coscuez, adquieren el 47.5% de las acciones de la Empresa, el restante queda en manos del grupo de Borbur. Las minas de Muzo y Quípama, nunca fueron objeto de discusión. 3.) Si se analizan los diez puntos sobre los cuales se firmó el acuerdo, en ninguno de ellos se hacen reivindicaciones sociales, económica o de justicia para la población a las víctimas. 4.) Se conforma el comité de pacificación, verificación, normalización y desarrollo del proceso de paz del Occidente de Boyacá, escenario cerrado para los accionistas de la empresa Esmeracol, los alcaldes y curas párrocos de la provincia, el gobernador de Boyacá o su delegado y el comandante de la Policía y el Ejercito en Boyacá; las reuniones las presidía el Obispo de Chiquinquirá.

El desenlace del pacto es: la concentración — antidemocrática— del poder en manos de los protagonistas; la ausencia del pueblo en las decisiones; la sensación de una causa perdida y ajena para los combatientes excluidos del poder. De la lucha a muerte que enfrentó a familias, veredas y pueblos por un yacimiento esmeraldífero se pasa a la consolidación de una empresa, en manos de 24 accionistas, que en aras de la modernización de los procesos de explotación decide en 1993 limitan el acceso a las minas de Coscuez, enmallando el área de concesión. El perdón y olvido, fue entonces el instrumento, de los protagonistas de la contienda, para explotar pacíficamente las minas, mucho más claro en el caso de Muzo.    

La intensa explotación de las minas de Coscuez, trajo consigo la tercera oleada de “boon” esmeraldero, después de Peñas Blancas en los años 60 y Muzo en los años setenta y ochenta. Coscuez y Otanche se vieron colmados de buscadores de fortuna, los conflictos no cesaron y aunque descendió el nivel de homicidios en la zona; en Borbur (donde están ubicados los yacimientos mineros de Coscuez)  y Otanche es menos significativo con relación al periodo de la guerra, siendo relevante el incremento en la ciudad de Chiquinquirá epicentro regional (tabla 2). Este “boom” generó el aumento del comercio de Otanche, Coscuez y Santa Bárbara, mejoró las condiciones económicas para algunos afortunados; hoy las minas de Coscuez están agotadas y su explotación es costosa, sobreviven unos dos mil habitantes, en contraste con los 20.000 que aproximadamente poblaban este sitio en 1994. 

Tabla 2. Homicidios por municipio periodos 1984-1990 y 1991-1997
Municipios
1984-1990
1991-1997
Chiquinquirá
181
228
Briceño
60
25
Buenavista
77
42
Caldas
39
24
Coper
49
33
La Victoria
44
15
Maripí
205
58
Muzo
459
94
Otanche
160
139
Pauna
190
163
Quípama
225
54
San Pablo de Borbur
318
298
Tununguá
15
10
Total
2022
1183
Fuente: Policía Nacional 
Las guerras se pactan, pero no concluyen y los marginados, ante las condiciones intactas que generaron la guerra, parecen sobrevivir para la próxima. Los conflictos hoy no amenazan los pactos de paz de 1990, porque los actores y grupos en contienda son otros. Los enemigos de ayer son amigos hoy, la mayor fuente de conflicto es la fragmentación del grupo de Coscuez, sus líderes, perdieron la capacidad de decisión, y otros emergen exigiendo mando, generando luchas internas. 

Caminamos hacia una acumulación de guerras: guerra de esmeralderos, guerra de narcos; lo cual nos ofrece dos escenarios: la confrontación abierta, que no está a la vista o el camino  al reordenamiento de los poderes económicos, locales y regionales, sin mayor oposición pero menos violento.

BIBLIOGRAFÍA 
ANCIZAR, Manuel.  Peregrinación Alpha.  Biblioteca Banco Popular.  Bogotá, 1984, Vol. 7,
AVILA, Orlando. La violencia en el Occidente de Boyacá durante el Gobierno de la concentración nacional. EN II Simposio Nacional Sobre La Violencia en Colombia. Chiquinquirá. U.P.T.C. 1986.
BUITRAGO Garcia, Silvano. Reseña Histórica Biográfica y Política del Territorio Vasquez. 1979.
DEAS, Malcolm y Otro. “Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia”.
FONADE y D.N.P. Primera Edición. 1995. Pág. 208Informe Nacional de Desarrollo Humano 2003, Dossier el Tiempo, Octubre 12 de 2003.
JARAMILLO, Ana María; Ceballos, Ramiro; Villa, Marta Inés (1998), "En la
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Presidencia de la República, Corporación Región, Medellín 
HABERMAS, Jurgen. La constelación Posnacional. Paidos. Barcelona. 1998.     PINEDA Jiménez, Jacinto. Territorio y Conflicto: caso zona Esmeraldífera del Occidente de Boyacá. Revista Paso a Paso ESAP. Tunja. 2003
SANCHEZ, Gonzalo. Guerras, Memoria e Historia. Instituto Colombiano de
Antropología e historia. Bogota. 2003
URIBE Alarcón, Maria Victoria.Limpiar la Tierra.CINEP. 1992 



[1] HABERMAS, Jurgen. La constelación Posnacional. Paidos. Barcelona.
1998. p.45.
 [2] SANCHEZ, Gonzalo. Guerras, Memoria e Historia. Instituto Colombiano de Antropología e historia. Bogota. 2003. Pág. 37
[3] Jaramillo, Ana María; Ceballos, Ramiro; Villa, Marta Inés (1998), "En la encrucijada. Conflicto y cultura política en el Medellín de los 90", Secretaría de Gobierno de la Alcaldía de Medellín, Programa para la Reinserción, Red de Solidaridad de la Presidencia de la República, Corporación Región, Medellín
[4] SANCHEZ, Gonzalo. Guerras, Memoria e Historia. Instituto Colombiano de Antropología e historia. Bogota. 2003. Pág. 52
[5] URIBE Alarcón, Maria Victoria. Limpiar la Tierra. CINEP. 1992.P.70
[6] URIBE Alarcón, Maria Victoria. Limpiar la Tierra. CINEP. 1992.P.62-63 
[7] ANCIZAR, Manuel.  Peregrinación Alpha.  Biblioteca Banco Popular. 
Bogotá, 1984, Vol. 7, p. 85.
[8] Ávila, Orlando. La violencia en el Occidente de Boyacá durante el Gobierno de la concentración nacional. Pág. 59 EN II Simposio Nacional Sobre La Violencia en Colombia. Chiquinquirá. U.P.T.C. 1986. 9 DEAS, Malcolm y Otro. “Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia”. FONADE y D.N.P. Primera Edición. 1995. Pág. 208 
[9] PINEDA Jiménez, Jacinto. Territorio y Conflicto: caso zona Esmeraldífera del Occidente de Boyacá. Revista Paso a Paso. ESAP.
Tunja. 2003 P.
[10] URIBE Alarcón, Maria Victoria. Limpiar la Tierra. CINEP. 1992.P.98
[11] Informe Nacional de Desarrollo Humano 2003, Dossier el Tiempo, Octubre 12 de 2003, p.19.
[12] BUITRAGO Garcia, Silvano. Reseña Histórica = Biográfica y Política del Territorio Vasquez. 1979. p.100
[13] URIBE Alarcón, Maria Victoria. Limpiar la Tierra. CINEP. 1992.P.128

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