DE GUERRAS Y PACTOS:
UNA MIRADA DESDE EL CONFLICTO ESMERALDÍFERO DEL OCCIDENTE DE BOYACÁ
POR: JACINTO PINEDA JIMÉNEZ
Si algo es determinante en el carácter circular de
nuestra violencia es la presencia recurrente del periplo: guerra – pacto-
guerra. Circulo donde lo mejor es perdonar, a cualquier precio, antes que
enfrentar las circunstancias sociales que rodean el conflicto, donde los vivos
entierran sus muertos sin conocer la justicia o reparación a su dolor o daños mientras
los victimarios, públicamente, se pasean en la impunidad. En este escenario la historia es un riesgo,
porque es mejor el olvido; “Cuanta memoria y cuanto olvido requiere una
sociedad para superar la guerra” se pregunta Gonzalo Sánchez y esta (pregunta)
nos remite al debate sobre el papel de la Historia en el conflicto; será el de
justificar a víctimas y victimarios, ante las circunstancias reinantes o el de
imputar a los actores responsabilidades.
Habermas abre el interrogante “¿Que
significa, en general, una imputación retrospectiva de aquellos crímenes,
emprendida hoy con el fin de avanzar en la autocomprensión ético – política
entre ciudadanos?” [1]
Esta, además, circularidad desgasta la salida negociada, pero también le resta
sentido colectivo y motivación a la guerra; da razones a quienes proponen
guerra a la guerra, “porque es mejor un fin espantoso que un espanto sin fin”,
acudiendo a la famosa frase de los anarquistas, pero a la vez es la explicación
más acertada a los pacifistas. Esta
ponencia hace referencia al binomio guerra – pacto, con un referente: la zona
esmeraldífera del Occidente de Boyacá; región caracterizada por la persistente
violencia y por una rica tradición pactista.
1. COLOMBIA: LAS GUERRAS INCONCLUSAS
En
Colombia las guerras se terminan pero no
se resuelven; en ellas ha coexistido la
complementariedad entre orden y violencia, como lo propone Daniel Pécaut, o
como lo afirma Gonzalo Sánchez “la cronicidad de nuestra violencia remite
también, paradójicamente, a una cultura del consenso, que a la larga ha llevado
la idea de que todo es negociable, todo el tiempo.”[2]
Coloquialmente diríamos que enterrar el muerto cuando está vivo ha conducido a
terminar nuestras tantas guerras y guerritas con un manto de perdón y olvido
que deja unas élites remozadas y triunfantes
(frente nacional, por ejemplo), unas víctimas sin justicia
y unas causas vivas y latentes para iniciar la otra guerra.
Se ha recurrido, históricamente, al binomio
pacto - olvido, antes que enfrentar las causas que dan origen al conflicto o a las
que surgen en su dinámica. La confrontación es tan intensa en la guerra como en
el proceso seguido hacia el pacto; lo que conduce a concluir, hipotéticamente,
que no ha habido tregua en nuestro conflicto.
En algunas ocasiones, las negociaciones son violentas, recrudecen los
operativos militares, como estrategia de demostración de poder y soberbia
frente a sus interlocutores (Caso la guerrilla) y por otra parte la
fragmentación y variedad de intereses dentro de los grupos involucrados en los
pactos genera una lucha interna que desemboca en la eliminación de quienes no
están de acuerdo con la negociación, es decir los disidentes.
El desenlace de los pactos de paz genera
escenarios que eternizan el conflicto y la desconfianza en el mecanismo, por
ejemplo: la destrucción física de los comprometidos en el pacto (Unión
Patriótica o Esperanza Paz y Libertad) o la concentración — antidemocrática—
del poder en manos de uno o varios de los protagonistas del pacto y por
supuesto la ruptura. En los procesos de pacificación coexisten los reinsertados, rearmados y emergentes generando dudas sobre un
camino a la desmovilización e incorporación a la vida civil de estos
grupos.
Frente a esta problemática puede verse la debilidad de
una política seria ante los reinsertados que les genere oportunidades y
espacios dentro de la sociedad. Por lo tanto, la ausencia de estos espacios
conduce a que continúen en el camino de la guerra, ya como delincuentes comunes
o enemigos de sus propios aliados en otrora (Enfrentamiento EPL y FARC, en el
Urabá Antioqueño; asesinatos de paramilitares desmovilizados). Ejemplarizante, como reflejo de esta
situación, resulta el desenlace de los procesos con las milicias en el
Nororiente de Medellín donde el Estado directamente y a través de mecanismos
legales delega a los antiguos milicianos, a través de la conformación de
cooperativas, la vigilancia y control en
las comunas, en colaboración con los servicios de seguridad del Estado;
convirtiéndolos automáticamente en "traidores ante sus excompañeros y
favoreciendo la degradación de un ambiente ya envenenado por las suspicacias y
las acusaciones mutuas”[3].
En el escenario regional aún existe una deuda
por parte de la academia en el estudio y la reflexión en torno a los pactos
privados y públicos, donde el Estado tiene una presencia activa, cómplice o
ausente, mediante los cuales culminan
los más disímiles conflictos, de barrio, vereda o región; con actores tales
como: familias, pandillas, combos, milicias, bandas de delincuencia organizada, narcotraficantes y otros enfrentados por una
variada gama de motivaciones: control territorial, delación, trasgresión a los
códigos de la ilegalidad, engaño, rivalidades que surgen en los mercados
ilegales, etc. factores estos que se entrecruzan generando dos opciones para
los implicados: paz o guerra. A continuación, me centraré en la región
esmeraldífera del Occidente de Boyacá a partir del estudio del conflicto y los
pactos de Paz, especialmente el último, que inicia con los acuerdos firmados en
1990.
2. GUERRA
VERDE: PERDON Y OLVIDO
Dentro
de este contexto se analizará el concepto de guerra verde, su historia y los
actores que la han generado a partir de estrategias y motivaciones; para
culminar con el proceso de paz en los años noventa, del siglo pasado y algunas
reflexiones sobre escenario actual.
2.1 DE LA GUERRA
“No hay una guerra, sino que en toda guerra
hay múltiples dinámicas de guerra o diversas guerras entrelazadas”[4]
La denominación de “guerra verde”, hace referencia al conflicto global de la zona esmeraldífera del Occidente de
Boyacá. Bajo esta definición se incluye no solo las dos guerras, claramente
identificables, sino también los múltiples conflictos que se desprenden de la
dinámica del conflicto universal. Guerra
verde representa un sistema complejo de interacción entre múltiples fuerzas en
un contexto histórico cambiante. Donde a través de un conjunto de actividades
violentas y estratégicas se configura una situación de conflicto generalizado, que
arrastra no solo a los actores ligados a la actividad esmeraldífera sino a la
población campesina, buscadores de fortuna, población flotante, comerciantes,
políticos y demás con intereses en la región.
La denominación de “guerra verde”, hace
relación a los conflictos que surgen de la actividad esmeraldífera; entendida
como el proceso de exploración, explotación, talla y comercialización de la
esmeralda, sin embargo, esta definición no incluye la larga historia de
conflictos que ha caracterizado la región. Una lectura de las viejas guerras
nos explica la presente a pesar de los nuevos actores, aunque no existe una
continuidad de estas.
La conquista fue
“violenta, precaria y estuvo acompañada por grandes dificultades”[5].
Se caracterizó por la feroz resistencia de los Indios Muzos a la presencia de
los invasores; luego los constantes asaltos a las poblaciones fundadas por los españoles
por parte de los indígenas. (Los indios
salteadores fueron los precursores de los bandidos[6].).
El abandono por parte del Estado y la lucha de indígenas, invasores, colonos
degeneró en el despoblamiento y olvido de la región en el XIX; en 1850 Manuel Ancizar,
en su recorrido por la región, así se refería a Muzo, que había sido una de las
ciudades más importantes del nuevo Reino de Granada: “cuenta Muzo doscientos
vecinos, y el distrito parroquial novecientos, todos de aspecto pobre y enfermizo,
… No hay que admirarse, pues, de la decadencia de Muzo, si no de que aún
subsista la apariencia de pueblo. El egoísmo y la codicia y la ignorancia y los
vicios de los demás, concurren a porfía a la destrucción de un distrito que
podría ser rico por el cultivo e importante por sus abundantes minas de
preciosas esmeraldas. ¡Miserables hombre a quienes ciega el apetito de un lucro
mezquino hasta el punto de no ver que se están suicidando! [7].
Por
otra parte las guerras civiles, de finales del siglo XIX y comienzos del XX, no
son ajenas en la región y su dinámica genera lealtades partidistas y formas
organizativas para repeler la invasión territorial de sus vecinos. La guerra de
los Mil días convirtió las minas de esmeraldas en un objetivo económico para
los rebeldes liberales provenientes de la región de Paime y Yacopí en
Cundinamarca. Los asaltos a ellas y a la
población de Muzo se repitieron, lo que conllevó al cierre de las minas.
El proceso de liberalización de la década de
los años 30, consecuencia del ascenso al poder de Enrique Olaya Herrera, fue
violento en la región; generando una dinámica de desterritorilización que desplazó
a los conservadores. La región, en un
proceso de pocos años se convirtió en liberal. (Para las elecciones de
diputados en febrero de 1931, hubo por partido conservador 4.052, en la
provincia del occidente de Boyacá; dos años después en las elecciones de 1933
solo se registraron 20 votos por este partido[8]. La denominada época de la violencia del siglo
XX que “comienza con el cambio de gobierno” es decir “en el intento del Partido
Conservador por disminuir la influencia del Partido Liberal”9,
encontraba las condiciones propicias en la región para no ser menos violenta.
El conflicto bipartidista aumenta los grados de cohesión intraterritorial y la
lucha por el control político y territorial es abierta. Los liberales fueron
expulsados de Muzo y la mayoría de los pueblos, exceptuando los municipios de
Maripí y Tununguá, que se han convertido
en los fortines liberales en la región.
En el año de 1947 el Banco de la República
inició la explotación de las minas de Muzo y Coscuez, mantuvo un relativo
control de la actividad hasta 1959, cuando la dinámica de la actividad
clandestina desmorona su monopolio. Las
minas de Peñas Blancas, que por un error craso no fueron incluidas en el
contrato con el Banco, será el lugar desde donde se expandirán los conflictos
sociales y las guerras. Estas en los años 60, del siglo veinte, se convertirán
en polo de atracción para buscadores de
fortuna, dando inicio en la región a esas oleadas de riqueza pasajera, del
“boom” esmeraldero que han pasado dejando violencia y pobreza. El control de los yacimientos enfrenta a
quienes ejercitan la violencia como medio para delimitar sus territorios, en
una lucha de todos contra todos que amenazaba con el desalojo violento por
parte del ejército. En tal confusión aparece Efraín González en Peñas Blancas,
quien entra a apaciguar los conflictos y como “pacificador” a generar nuevas
relaciones de dominio sobre este espacio. [9]
La muerte de Efraín González implicó el
rompimiento del relativo orden y el comienzo de la lucha generalizada por los
yacimientos. Los esfuerzos por el control de los lugartenientes del bandolero,
como Humberto Ariza, alias “El Ganso” son vanos y las circunstancias nos
ofrecerían un nuevo escenario. La división y conformación de dos grupos daba
paso a la denominada primera guerra verde; que se caracterizó por los asaltos,
asesinatos y una situación de conflicto generalizado que obligo a la militarización
y cierre de las minas en el año de 1973. El ejército desalojó a diecisiete mil
personas, el entonces Ministro de
Defensa, Varón Valencia “defendió la
medida ante la comisión octava de la Cámara de Representantes aduciendo que entre 1963 y 1973 se habían
producido setecientos tres asesinatos, cuantiosos robos y asaltos a entidades oficiales como la Caja Agraria[10]” Con un pacto de paz firmado en Tunja, por los
protagonistas y con testigos como el comandante de la primera brigada del
Ejercito y el obispo de esta ciudad culmina, pero no termina esta guerra.
En el periodo comprendido entre la culminación de la primera guerra,
1976 y la segunda, 1984 tienen cabida una serie de enfrentamientos y conflictos,
especialmente en Coscuez y Muzo, los cuales han sido olvidados por los análisis
sobre la región; debido a que se han definido dos guerras excluyendo las
microterritorializadas en medio de la
guerra global. La segunda guerra se va gestando en las minas de Coscuez en el
año de 1984, a raíz de los asesinatos de varios líderes locales de Borbur y
Coscuez, la que se generalizó rápidamente hasta comprometer la región.
Más allá de los acontecimientos de las guerras abordaré a continuación las
mediaciones que hacen posible que se desencadene la violencia. La primera el
Estado: Históricamente la explotación de los yacimientos esmeraldíferos ha
oscilado entre la administración directa o en concesión con los particulares;
lo cierto es que en ambos caminos los resultados no han sido positivos. Las últimas
administraciones directas, Banco de la República y ECOMINAS se convirtieron en
un fracaso ante la venalidad, corrupción y la presión de los particulares. Bajo
estas Administraciones y a través de complejas redes que involucraron,
políticos, funcionarios, fuerzas militares, el Banco aceleró y disparó la
ilegalidad. Ante la imposibilidad de su
manejo directo en 1976 son entregadas a los particulares; los concesionarios
los protagonistas de la primera guerra, lógico los vencedores. Nos encontramos,
entonces, con un Estado más que débil, excluyente y garante de formas extremas
de inequidad. El informe nacional de desarrollo humano 2003, el conflicto
callejón con salida, recomienda recuperar para el Estado el control de las
minas de Esmeraldas, “para revertir lo
privado local que alimenta a los señores de la guerra, hacia lo público
Nacional”, habida cuenta que “unos pocos
empresarios privados, se han apropiado del negocio, apoyados en ejércitos
propios que subordinan a la población y
sustituyen la Ley”[11].
Un segundo aspecto mediador hacia la
violencia es el ascenso de una clase emergente, que gracias a la situación
económica y política, se convierten en un poder privado sustituyendo el público,
garantizado mediante una estructura
militar coercitiva. Claro que dicho poder encuentra legitimidad y validez en
amplios sectores; gracias a la generación de empleo en las minas, a las obras
públicas (Gilberto Molina construyó en Quípama el edificio donde funciona la
administración local, el aeropuerto, canceló los docentes de un Colegio de
Monjas). En tercer lugar, la lucha por
el control y permanencia dentro del territorio por parte de los grupos en
conflicto; en un proceso dinámico gracias a las relaciones de dominio y
lealtad.
En la globalidad del conflicto, guerra verde,
hay particularidades interesantes que merecen anotar: 1. La dinámica del
conflicto desborda o desconfigura las causas ligadas a la actividad
esmeraldífera; al respecto la segunda guerra, no es tan verde a la luz de las
alianzas con narcotraficantes reconocidos como Gonzalo Rodríguez “gacha”, paramilitares o guerrilleros; hoy ante la
proliferación de los cultivos de coca en la región, el escenario puede cambiar
conviviéndose esta actividad en la fuente principal de la guerra. 2. El espacio
de confrontación es dinámico y cambiante; la primera guerra tuvo como
escenarios las minas de peñas blancas y Muzo e involucra las poblaciones
cercanas, especialmente Otanche, San Pablo de Borbur y Pauna. La segunda es más
generalizada, las minas de Coscuez y Muzo fueron el eje e incluyó los once
municipios de la Provincia del Occidente. Sin embargo, se extiende a ciudades
como Chiquinquirá y Bogotá, en zonas definidas, barrios de Santa Cecilia y
Boyacá, en la primera y el barrio Santa Isabel y la zona Centro, carrera
séptima, con avenida Jiménez, en la segunda. (Los protagonistas de primer orden
mueren fuera de la zona esmeraldífera: José Ruperto Córdoba “alias Colmillo”, Carlos Murcia “alias Garbazo”, Humberto
Ariza “el ganso” mueren en Bogotá; Gilberto Molina en Sasaima y así otros
corrieron igual suerte) 3.) El conflicto también se refleja en la división
dentro del partido conservador; dos grupos a partir de la guerra verde se
disputan el electorado en la región. (División que continuará hasta las
elecciones para el congreso de 1998). Cada bando se representa en uno de ellos;
contienda que sobrepasa las urnas y entra al terreno de la violencia: la muerte
de un Congresista y un Diputado son su manifestación. 4.) Existen sectores en la provincia:
campesinos, comerciantes, servidores públicos que pasivamente se resisten a
involucrarse en la confrontación. Un reconocido jefe conservador, testigo de
excepción de las luchas bipartidistas en la región, recoge en su biografía,
escrita en 1975, el sentimiento colectivo de muchos que vieron rotas sus
costumbres y tradiciones ante la dinámica del boon esmeraldero de los años 60:
“la desmoralización de la región, inicia con el ingreso de gente de diversas procedencias
que armados hasta los dientes establecieron el terror e inclusive la Ley del
silencio o pena de muerte. Lo que obligó a muchas familias a abandonar sus
fincas y bienes para desplazarse a otros
lugares para salvar sus vidas”[12].
En la Tabla 1 y gráfico 1, se muestran los homicidios presentados entre
los años 1.984 y 1997, en los municipios del occidente de Boyacá (Chiquinquirá,
Muzo, San Pablo de Borbur, Tununguá, Pauna, Maripí, Caldas, Quípama, Otanche,
La victoria, Coper, Buenavista y Briceño). El periodo refleja la última guerra,
1984- 1990 y un lapso de tiempo similar después de la firma del pacto de paz en
junio de 1990, es decir 1991-1997.
Tabla 1. Homicidios municipios Occidente de Boyacá 1984-1998
1984
|
1985
|
1986
|
1987
|
1988
|
1989
|
1990
|
TOTAL
|
TOTAL
PERIODO
3.205
|
206
|
188
|
271
|
313
|
321
|
439
|
284
|
2022
|
|
1991
|
1992
|
1993
|
1994
|
1995
|
1996
|
1997
|
TOTAL
|
|
194
|
281
|
253
|
98
|
136
|
130
|
91
|
1183
|
Gráfico 1. Homicidios municipios Occidente de
Boyacá 19984-1997
Fuente: Policía Nacional
De acuerdo a las cifras oficiales en la
segunda guerra los homicidios alcanzaron la cifra de 2.022; sin embargo, los
propios protagonistas estimaban en cinco mil los muertos, en una población que
según el censo del DANE de 1993 ascendía a 142.327; es decir que en esta guerra
se alcanzó a una tasa de 204 homicidios por cada cien mil habitantes/año. La
tendencia de todas maneras después del proceso de paz en 1.990 fue al descenso.
2.2 DE LOS
PACTOS
La primera guerra concluye con un pacto de no agresión
en el año de 1.974 firmado en la ciudad de Tunja, dejando intactas las
condiciones para la segunda. Las minas de esmeraldas son entregadas bajo
concesión en 1.976 por parte del Estado a los vencedores; tras una larga
campaña que involucró todos los medios, siendo el más eficaz el escenario del
Congreso de la República. Se conformaron como la Asociación Minera Colombiana
“ASOMICOL” y desde esta concentraron las fuerzas contra el manejo de las minas
por parte del Estado y luego en pro de la adjudicación de las mismas en manos
de los particulares. Como premonición de lo que ocurriría el periódico “El
Tiempo” denuncia en su primera página, de julio 19 de 1973, que la “Mafia
licitará minas”; 3 días después de haber sido cerradas.
Me detendré a analizar el último pacto de
paz, firmado en 1990; comienzo con precisar el proceso. 1.) se caracteriza por
su esencia semipública, pues lo pactan los líderes de la guerra, asegurando con
ello una cierta legitimidad ante la nación, ante testigos y garantes del proceso que
pertenecen a la esfera pública como son
los representantes de la iglesia, el Ejercito y el gobierno, “pero su
efectividad depende de los poderes privados”[13] 2.)
El proceso de negociación tiene como eje central de discusión, la participación
accionaria de ESMERACOL, empresa que explota las minas de Coscuez, como
resultado se recompone la participación accionaria, 20 líderes del bando de
Coscuez, adquieren el 47.5% de las acciones de la Empresa, el restante queda en
manos del grupo de Borbur. Las minas de Muzo y Quípama, nunca fueron objeto de
discusión. 3.) Si se analizan los diez puntos sobre los cuales se firmó el
acuerdo, en ninguno de ellos se hacen reivindicaciones sociales, económica o de
justicia para la población a las víctimas. 4.) Se conforma el comité de pacificación,
verificación, normalización y desarrollo del proceso de paz del Occidente de
Boyacá, escenario cerrado para los accionistas de la empresa Esmeracol, los
alcaldes y curas párrocos de la provincia, el gobernador de Boyacá o su delegado
y el comandante de la Policía y el Ejercito en Boyacá; las reuniones las
presidía el Obispo de Chiquinquirá.
El desenlace del pacto es: la concentración —
antidemocrática— del poder en manos de los protagonistas; la ausencia del
pueblo en las decisiones; la sensación de una causa perdida y ajena para los
combatientes excluidos del poder. De la lucha a muerte que enfrentó a familias,
veredas y pueblos por un yacimiento esmeraldífero se pasa a la consolidación de
una empresa, en manos de 24 accionistas, que en aras de la modernización de los
procesos de explotación decide en 1993 limitan el acceso a las minas de
Coscuez, enmallando el área de concesión. El perdón y olvido, fue entonces el
instrumento, de los protagonistas de la contienda, para explotar pacíficamente
las minas, mucho más claro en el caso de Muzo.
La intensa explotación de las minas de
Coscuez, trajo consigo la tercera oleada de “boon” esmeraldero, después de
Peñas Blancas en los años 60 y Muzo en los años setenta y ochenta. Coscuez y
Otanche se vieron colmados de buscadores de fortuna, los conflictos no cesaron
y aunque descendió el nivel de homicidios en la zona; en Borbur (donde están
ubicados los yacimientos mineros de Coscuez)
y Otanche es menos significativo con relación al periodo de la guerra,
siendo relevante el incremento en la ciudad de Chiquinquirá epicentro regional
(tabla 2). Este “boom” generó el aumento del comercio de Otanche, Coscuez y
Santa Bárbara, mejoró las condiciones económicas para algunos afortunados; hoy
las minas de Coscuez están agotadas y su explotación es costosa, sobreviven
unos dos mil habitantes, en contraste con los 20.000 que aproximadamente
poblaban este sitio en 1994.
Tabla 2. Homicidios por municipio periodos
1984-1990 y 1991-1997
Municipios
|
1984-1990
|
1991-1997
|
Chiquinquirá
|
181
|
228
|
Briceño
|
60
|
25
|
Buenavista
|
77
|
42
|
Caldas
|
39
|
24
|
Coper
|
49
|
33
|
La Victoria
|
44
|
15
|
Maripí
|
205
|
58
|
Muzo
|
459
|
94
|
Otanche
|
160
|
139
|
Pauna
|
190
|
163
|
Quípama
|
225
|
54
|
San Pablo de Borbur
|
318
|
298
|
Tununguá
|
15
|
10
|
Total
|
2022
|
1183
|
Fuente: Policía Nacional
Las guerras se pactan, pero no concluyen y
los marginados, ante las condiciones intactas que generaron la guerra, parecen
sobrevivir para la próxima. Los conflictos hoy no amenazan los pactos de paz de
1990, porque los actores y grupos en contienda son otros. Los enemigos de ayer
son amigos hoy, la mayor fuente de conflicto es la fragmentación del grupo de
Coscuez, sus líderes, perdieron la capacidad de decisión, y otros emergen
exigiendo mando, generando luchas internas.
Caminamos hacia una acumulación de guerras:
guerra de esmeralderos, guerra de narcos; lo cual nos ofrece dos escenarios: la
confrontación abierta, que no está a la vista o el camino al reordenamiento de los poderes económicos,
locales y regionales, sin mayor oposición pero menos violento.
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[4] SANCHEZ, Gonzalo. Guerras,
Memoria e Historia. Instituto Colombiano de Antropología e historia. Bogota.
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[5] URIBE Alarcón, Maria
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[8] Ávila, Orlando. La
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Sobre La Violencia en Colombia. Chiquinquirá. U.P.T.C. 1986. 9 DEAS,
Malcolm y Otro. “Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia”.
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[9] PINEDA Jiménez, Jacinto.
Territorio y Conflicto: caso zona Esmeraldífera del Occidente de Boyacá.
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Tunja. 2003 P.
[10]
URIBE Alarcón, Maria Victoria. Limpiar la Tierra. CINEP. 1992.P.98
[11] Informe Nacional de
Desarrollo Humano 2003, Dossier el Tiempo, Octubre 12 de 2003, p.19.
[12] BUITRAGO Garcia, Silvano.
Reseña Histórica = Biográfica y Política del Territorio Vasquez. 1979. p.100
[13]
URIBE Alarcón, Maria Victoria. Limpiar la Tierra. CINEP. 1992.P.128