sábado, 12 de abril de 2014

CASANARE: LAS SEQUIAS QUE AHOGAN

POR: JACINTO PINEDA JIMÉNEZ, Coordinador Académico Territorial, ESAP Boyacá- Casanare

Los desastres naturales son fenómenos predominantemente humanos y sociales, es decir ni son tan naturales, ni sobrenaturales, como algunos lo afirman. Es la actividad humana la que ha construido y potencializado esta histórica  vulnerabilidad ante los desastres naturales sembrada sobre la prédica de una concepción economicista que nos ha llevado a la destrucción de los ecosistemas bajo la lógica de la producción. En Colombia buena parte de las decisiones públicas han estado marcadas por la expansión de la frontera agrícola, la priorización de la explotación de los recursos naturales y la urbanización desorganizada que se asentó sobre suelos de protección, como humedales, rondas de los ríos, etc.

Por ejemplo, los siglos XIX y XX se caracterizaron por las políticas de desecación de los humedales, lagos y lagunas con la idea de insertar estos suelos a actividades agropecuarias. Basta recordar el caso de la laguna de Fúquene la cual fue sometida desde 1822 a un proceso de desecación orientado por el propio Estado. Todos los esfuerzos se concentraron en optimizar los sistemas de drenaje  y de esta manera ampliar la frontera agrícola. Igual suerte corrieron otros sistemas lagunares y ecosistemas que hoy nos ubican como el segundo país en el mundo con mayor número de conflictos ambientales y el primero en el continente americano, tal como lo señala un informe de una importante ONG, a nivel mundial http://www.ejatlas.org/country/colombia

Las imágenes de un Casanare en sequia solo puede ser el vaticinio de la suerte que correremos sino variamos el rumbo. Los cambios climáticos, caracterizados por la ocurrencia de sequias y lluvias extremas, golpean con mayor rigor los ambientes naturales frágiles que edificamos. La convergencia de riesgo y vulnerabilidad agudizan el impacto, es decir confluyen en un sitio determinado fenómenos forjados  por la actividad humana que generan un cambio en el medio ambiente y la imposibilidad de una población (humana y/o animal y/o vegetal)  para “absorber” los efectos de estos cambios. Por ello el desastre ecológica del Casanare, donde se calcula la muerte de 20.000 chigüiros y otras especies  de la fauna.

Para Boyacá el panorama es sombrío, como ya lo advirtió el programa de las naciones unidades para el desarrollo (PNUD), en reciente estudio acerca del cumplimiento de los Objetivos del Milenio (ODM), los cambios climáticos tendrán un mayor efecto negativo sobre el sector agropecuario, una de las actividades principales para el departamento. La población rural por su vulnerabilidad está en el mayor riesgo de verse afectado social y económicamente a raíz de las sequias y/o inundaciones.

Hay que prepararnos para lo irremediable, las evidencias científicas así lo demuestran, pues el incremento de la temperatura, desencadenará una disminución ostensible del agua superficial, pérdida de bosques y erosión de los suelos; esto ocasionará que la agricultura y la ganadería no logren buenos niveles de productividad, y que durante las temporadas invernales las crecidas e inundaciones sean muy severas, afirma el PNUD.


Lo anterior recrudecido por la indebida explotación minera y prácticas que afectan los sistemas ambientales, como el cultivo de papa en zonas de páramo. El espejo del Casanare debe llamar a la conciencia colectiva sobre los efectos negativos de políticas públicas y prácticas particulares caracterizadas por un afán desaforado por lo económico. Pueblos mineros inmersos en oleadas pasajeras de riqueza que dejan en nuestras gentes violencia, pobreza, daños ecológicos irreparables y una economía ficticia que al final no logra insertar los municipios al desarrollo regional y nacional. Esta es la suerte que corremos si no cambiamos el rumbo. 

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