CASANARE:
LAS SEQUIAS QUE AHOGAN
POR: JACINTO PINEDA JIMÉNEZ, Coordinador Académico
Territorial, ESAP Boyacá- Casanare
Los desastres naturales son fenómenos
predominantemente humanos y sociales, es decir ni son tan naturales, ni
sobrenaturales, como algunos lo afirman. Es la actividad humana la que ha
construido y potencializado esta histórica vulnerabilidad ante los desastres naturales
sembrada sobre la prédica de una concepción economicista que nos ha llevado a
la destrucción de los ecosistemas bajo la lógica de la producción. En Colombia
buena parte de las decisiones públicas han estado marcadas por la expansión de
la frontera agrícola, la priorización de la explotación de los recursos
naturales y la urbanización desorganizada que se asentó sobre suelos de
protección, como humedales, rondas de los ríos, etc.
Por ejemplo, los siglos XIX
y XX se caracterizaron por las políticas de desecación de los humedales, lagos
y lagunas con la idea de insertar estos suelos a actividades agropecuarias.
Basta recordar el caso de la laguna de Fúquene la cual fue sometida desde 1822
a un proceso de desecación orientado por el propio Estado. Todos los esfuerzos
se concentraron en optimizar los sistemas de drenaje y de esta manera ampliar la frontera agrícola.
Igual suerte corrieron otros sistemas lagunares y ecosistemas que hoy nos
ubican como el segundo país en el mundo con mayor número de conflictos ambientales
y el primero en el continente americano, tal como lo señala un informe de una
importante ONG, a nivel mundial http://www.ejatlas.org/country/colombia
Las imágenes de un Casanare
en sequia solo puede ser el vaticinio de la suerte que correremos sino variamos
el rumbo. Los cambios climáticos, caracterizados por la ocurrencia de sequias y
lluvias extremas, golpean con mayor rigor los ambientes naturales frágiles que edificamos.
La convergencia de riesgo y vulnerabilidad agudizan el impacto, es decir
confluyen en un sitio determinado fenómenos forjados por la actividad humana que generan un cambio
en el medio ambiente y la imposibilidad de una población (humana y/o animal y/o
vegetal) para “absorber” los efectos de estos
cambios. Por ello el desastre ecológica del Casanare, donde se calcula la
muerte de 20.000 chigüiros y otras especies
de la fauna.
Para Boyacá el panorama es
sombrío, como ya lo advirtió el programa de las naciones unidades para el
desarrollo (PNUD), en reciente estudio acerca del cumplimiento de los Objetivos
del Milenio (ODM), los cambios climáticos tendrán un mayor efecto negativo
sobre el sector agropecuario, una de las actividades principales para el
departamento. La población rural por su vulnerabilidad está en el mayor riesgo
de verse afectado social y económicamente a raíz de las sequias y/o
inundaciones.
Hay que
prepararnos para lo irremediable, las evidencias científicas así lo demuestran,
pues el incremento de la temperatura, desencadenará una disminución ostensible
del agua superficial, pérdida de bosques y erosión de los suelos; esto
ocasionará que la agricultura y la ganadería no logren buenos niveles de
productividad, y que durante las temporadas invernales las crecidas e
inundaciones sean muy severas, afirma el PNUD.
Lo anterior
recrudecido por la indebida explotación minera y prácticas que afectan los
sistemas ambientales, como el cultivo de papa en zonas de páramo. El espejo del
Casanare debe llamar a la conciencia colectiva sobre los efectos negativos de
políticas públicas y prácticas particulares caracterizadas por un afán
desaforado por lo económico. Pueblos mineros inmersos en oleadas pasajeras de
riqueza que dejan en nuestras gentes violencia, pobreza, daños ecológicos
irreparables y una economía ficticia que al final no logra insertar los municipios
al desarrollo regional y nacional. Esta es la suerte que corremos si no
cambiamos el rumbo.
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